viernes, 16 de enero de 2015

Nostalghia , la trascedencia que vino del este.






"En todas mis películas me he esforzado por establecer lazos de unión que aúnen a las personas, dejando de lado los intereses meramente materiales. Lazos de unión que por ejemplo a mi mismo, me unen a la humanidad y que a todos nos ligan con lo que nos rodea. Tengo que sentir imperiosamente mi continuidad espiritual y el hecho de que no me encuentro por azar en este mundo"

Andrei Tarkovski, Esculpir el tiempo


Hablar de una película de Tarkovski supone casi siempre hablar de un misterioso rito para el que una no se siente nunca suficientemente iniciada. La imagen esta ahí, desplegando sus matices sin prisa, mostrando cualidades en la luz y en la textura que atenúan y enfatizan en tono del relato. Y sin embargo, cuánto más visible es más impenetrable se hace su significado. 

Empecé al año eligiendo esta película del genio ruso, durante tanto tiempo postergada, Nostalghia (1983) realizada durante el exilio del director fuera de Rusia, que cuenta el viaje de un poeta ruso  por Italia  acompañado de una insólita intérprete, a la búsqueda más bien indolente y casi aletargada de las huellas de un compositor ruso del siglo XVIII que vivió exiliado en Italia mucho tiempo . El argumento aquí no importa, apenas existe, ni siquiera el propio director parece concederle importancia. Está porque debe existir una excusa para la imagen, pero pronto la imagen y su capacidad evocativa y poética engullen una historia que se enorgullece de no avanzar, que aparece súbitamente suspendida como un eco perpetuo y sobrecogedor.




El propio Tarkovski en ese suculento libro de memorias llamado no por casualidad Esculpir el tiempo afirma: "Debo decir que la acción externa, las intrigas y la conexión entre acontecimientos no me interesan para nada y que en cada película me va interesando menos. Lo que me interesa es el mundo interior de las personas. Por eso me resultó algo completamente natural lanzarme al viaje hacia el interior del alma" . Claro y meridiano.

Tarkovski comparte estas inquietudes con muchos de los cineastas europeos de su tiempo. En general, si pusiéramos un meridiano en Hollywood sería fácil comprobar como a medida que nos desplazamos hacia el este, el cine tiene tendencia a abandonar sus convencionalismos narrativos y adentrarse en terreno simbólico. Especialmente en Europa donde el norte y el este marcan la llegada de un cine que más que entretener o experimentar busca poner en escena las grandes cuestiones espirituales que angustian al alma humana, un cine marcado por su clara voluntad de trascedencia en el que además de Tarkovski habría que nombrar a Kieslowski, Milcho Manchevski, Theo Angelopoulos, Carl Theodor  Dreyer, Ingmar Bergman, Thomas Vinterberg o Lars Von Trier.



¿De qué trata entonces Nostalghia? Lo que  nos propone Tarkovski es un viaje por el paisaje personal del desarraigo donde la Italia luminosa y solar que conocemos deja paso a una coreografía de la bruma y ruina, de la desorientación y la extrañeza en la que el espacio es una evocación constante de lo que estuvo y ya no está, de lo que fue y ya no es. La Italia extraña de Tarkovski se comunica a través de sus símbolos, sus iglesias carcomidas por el musgo,  con la Rusia perdida y añorada por el director. De esta forma la nostalgia de la que nos habla es una forma de traer constantemente al presente lo que nos fue arrebatado en el pasado. Es especialmente inteligente la manera en que se insertan los recuerdos, siempre en un tono sepia, donde los ejes espacio-temporales aparecen alterados en una suerte de ensoñación adulterada, absorta en un estatismo artificial como si el director quisiera convencernos de que nuestros recuerdos son estatuas o de que en esa patología nostálgica recordamos cosas que se parecen más al deseo que a la memoria.






Distinta es sin embargo, la nostalgia de la melancolía. Si bien en la nostalgia el peso del pasado penetra en el presente, tal pasado existe. El melancólico, como bien la retrató Lars Von Trier en su maravillosa obra Melancholia (2010) está atravesado por una carencia fundamental cuyo nombre ignora. El paisaje de la Melancholia es una simbología de la ausencia de sentido, del ensimismamiento fundamental. Así,  en estado de profunda hipnosis interna aparece Justine (Krinsten Dunst) en algunos momentos del filme de Trier contemplando los astros,  mientras que en la nostalgia aquello que falta se conoce, es palpable, viene de lejos y nos pisa los talones como un fantasma.



Si bien es cierto que ambas películas tienen algunas cosas en común, como la importancia de la simbología visual: baste la imagen de Justine huyendo perseguida por unos "pesados hilos de lana gris" en Melancholia o la virgen que alberga un nido de pájaros bajo su manto en Nostalghia. Estos símbolos se insertan en el relato sin que sus autores tengan demasiado en cuenta su coherencia textual sino por su fuerza poética que excede los límites de la narración  y apunta a una lectura simbólica de ambas películas. Estas imágenes que se desbordan en su incoherencia, buscan hacer externo lo interno, volver visible aquellos estados imposibles de nombrar.









También es interesante como en ambas películas el loco, el artista, el outsider, el poeta y el revolucionario  se sitúan en un mismo bando, como si hablaran un idioma restringido y compartido. Así la locura visionaria de Justine muestra en toda la película de Trier su doble faceta autodestructiva y creativa. Mientras que en la obra de Tarkovski, el loco Domenico sólo es comprendido por el poeta ruso exiliado, ambos comparten la conciencia de la inadecuación en un contexto hostil: la convicción de la radicalidad del gesto poético, en este caso atravesar una piscina de agua con una vela encendida. El mundo parece vivir en un espacio y en un tiempo distinto al suyo. Además tanto Tarkovski como Trier parecen vaciar su propia sensación de extrañeza como artistas en estas películas, no por casualidad ambas contienen bastantes similitudes biográficas con las vidas de sus autores.





 El pasado mes de Julio se proyectó en La Nau de Valencia una película, para mi desconocida de Akira Kurosawa, Los Sueños.  Dani Gascó, que se encargó de la presentación, acertó a la hora de comparar algunas imágenes del cineasta japonés con otras de la cinematografía de Tarkovski. No sólo se parecen en su contenido, sino que además como también señaló Dani, ambos directores parecen invitar a sumergirse en sus obras como si se tratara de una meditación, dejando ir imagen tras imagen en toda su potencialidad onírica, evocadora, como espejos,  estados de conciencia:

" El cine nació para reflejar una parte concreta de la vida, una dimensión del mundo aún no comprendida, que ninguna de las otras artes había podido expresar"

Andrei Tarkovski 

2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho tu entrada, por fin alguien que analiza la profundidad de una película. Encantada de haberte encontrado.

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