viernes, 20 de diciembre de 2013

"Quiero que mi sociedad cambie, pero no sé si estoy dispuesto a arriesgarlo todo en el intento. Estoy hablando en serio. Soy un joven capitalista español"




“Tengo mi dinero en uno de los bancos más importantes de este país, que es un banco que especula con alimentos. Entre otras actividades. Hace unas semanas estuvimos cenando juntos un grupo de amigos y pasamos la velada hablando de las injusticias que están ocurriendo. Cuando trajeron la cuenta, cada uno sacó su tarjeta de algunos de los bancos más importantes de este país, que son bancos que especulan con alimentos, echan a la gente de sus casas o comercian con armas prohibidas. (…) Sé que vivo en una sociedad injusta hasta la crueldad. Y quiero que cambie. Pero no sé si estoy dispuesto a arriesgarme a perder en el intento todo lo que tengo. Quiero conservar mi fama, mi cotización comercial, mis propiedades. Estoy hablando en serio. Soy un joven capitalista español”.

La obra de Alberto San Juan, Autorretrato de un joven capitalista español , que se representa en el teatro del barrio hasta el 6 de enero, es sin duda uno de los acontecimientos culturales más importantes del año, te diré más, es uno de los acontecimientos culturales más importante de los últimos tiempos. Tu, que aún estás a tiempo de no perdértela, y que conste que nadie me ha pagado por escribir esto, deberías considerar lo que pierdes si dejas que esta experiencia te pase por delante sin ser aprovechada.

En primer lugar, porque de eso se trata todo esto, Autorretrato de un joven capitalista español es ante todo una experiencia. El texto de San Juan nos brinda uno de esos escasos momentos en que la obra justifica al arte y no al revés, estoy hablando de intimidad. La vida y la obra del autor se mezclan para conectar con la vida del público, de cualquier público que pise diariamente las aceras, que se mire en el espejo, que vaya al supermercado, que arregle el mundo en los bares y vuelva de madrugada a su casa sin explicaciones, sin soluciones, sin alternativas, hundido en su propia discusión interna, buscando convivir mejor con sus heridas .Autor, obra y público hablan un mismo lenguaje, las diferencias entre representación y realidad se difuminan y el espectador deja de ser el testigo mudo de una historia ajena para convertirse en el cómplice participe de una tragedia silenciada . 

La tragedia que San Juan nos cuenta, es una tragedia conocida, cercana, porque todos los que asistimos a la obra somos a la vez responsables y víctimas, pero también lejana porque enmarañada en sus dobleces históricas y políticas, se ha tornado difusa e irresoluble. Pero que nadie se engañe pensando que va encontrarse un mitín de conceptos impronunciables, la historia de San Juan nos puede ofrecer pistas, pero no nos va a dar certezas, es más una búsqueda, que una sentencia. Estamos donde estamos pero ¿desde cuándo y por qué? El actor parece haber buscado en el fondo de sí mismo el retrato sociológico de la España del pacto social: Mi vida ha estado dominada por el miedo y la ignorancia.

 Lo absolutamente radical del texto de San Juan es su valentía a la hora de romper los mitos del estado constitucional y desvincularse de la herencia de la transición aportando datos históricos, mezclados con la crónica política y con la búsqueda existencial: la inclusión del rey en la democracia, la implicación del franquismo en la implantación del boom inmobiliario y el capitalismo salvaje, los privilegios bancarios, el adormecimiento de la etapa socialista, la corrupción, la participación de  fuerzas policiales y militares franquistas en los gobiernos socialistas, las privatizaciones de sectores públicos realizadas por Felipe Gonzalez, la complicidad de los sectores cercanos al comunismo, las traiciones de los sindicatos mayoritarios, la manipulación informativa de Prisa, y en resumidas cuentas, todos aquellos espejismos que nadie había puesto en duda hasta que la situación social de las últimas medidas de Zapatero llenaron de nuevo las calles un 15 de Mayo de 2011, y todo lo que nunca se había dicho pudo ser dicho, y todo lo que no se había cuestionado pudo ser cuestionado por una generación que no se sentía heredera de aquel modelo, y que no sentía como propio el miedo que el ruido de sables del 23F consiguió imprimir a parte de la sociedad civil.

Queda saber si ese ¿Y por qué no? ¿Y quién me dice a mi que no? es más una invitación a la utopía que al realismo, o si por el contrario,  hay espacios infranqueables de verdad, dignidad y resistencia como los teatros, los cafés, los cines, las librerías  y todos esos lugares donde aún ocurre todo lo que tiene que ocurrir. 




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