jueves, 6 de febrero de 2014

A propósito de Llewyn Davis: "That were the reasons, that was New York..."


Con más desconfianza que entusiasmo arrastré mi cuerpo cadavérico de domingo por la tarde a ver la última película de los hermanos Coen.  Las razones del cuerpo cadavérico se las reservo a mis amigos íntimos, las de la desconfianza os las regalo: con los Coen tengo una relación difícil. Si por una parte, reconozco que me enamoran sus afilados diálogos,  su ironía aguda, su profundo conocimiento de la psicología americana y les reconozco imágenes de una poesía visual poco comunes en cualquier otro director americano de su generación. 
Por otro lado, narrativamente no acaba de convencerme su gusto por el disparate y las tramas excesivamente rocambolescas que me sacan de la película con un jarro de agua fría. Nunca fui de las admiradoras de El gran Lebowsky, si tuviera que elegir prefiero No country for old men  donde se permiten matar al protagonista hacia la mitad del relato e insertar los monólogos apocalípticos del padre de Tommy Lee Jones, que no cumplen ninguna función narrativa, sino simbólica. Con ese monólogo final en el porche de una vieja cabaña americana los Coen dejan al descubierto los cimientos podridos de la América de la era Bush. No country for old men  es una poesía que se convierte en alegato. Aunque quizás en sus orígenes fuera concebida al revés. 


Lo mismo ocurre con su última película A propósito de Llewyn Davis. Se trata de una película atípica dentro de la filmografía de los Coen. Es el tipo de apuesta personal y arriesgada que sólo un director que tiene asegurado cierto público se puede permitir, porque la acción se reduce a la mínima expresión. ¿Qué es lo que queda, entonces? Un homenaje convertido en poesía, o una poesía que acaba siendo un homenaje. La película se estructura a partir de Llewyn Davis, un personaje que despierta cierta ternura pero que en ningún caso resulta carismático y con el que los Coen nos dificultan establecer cualquier tipo de empatía. Se trata de un tipo egoísta y orgulloso, irresponsable y aprovechado, grosero y miserable pero sobre todas las cosas se trata de un  pobre músico. Sus dificultades económicas y su pasión obstinada por la música, en lo más crudo del frío invierno neoyorkino, ejercen de balanza, para que en medio de una de esas canciones de voz rota y cigarro humeante, entremos en una especie de trance y le perdonemos que minutos antes le hayamos visto abandonar a un gato pelirrojo en medio de la  interminable autopista que comunica la costa este con Chicago. 

La música como justificación de la vida vértebra el mensaje de esta obra, la amargura de un artista que malvive a pesar de su talento o quizás precisamente por culpa de él, nos deja a un personaje para quien "existir" sin música es algo parecido a "sólo sobrevivir". La película que es el homenaje a la generación del folk de los años 60, "si nunca fue nuevo y siempre fue viejo es que es folk", nos recrea a la perfección  esa atmósfera, la convierte en palpable y la sostiene a lo largo de todo el metraje: las calles del Village neoyorquino, el ambiente enrarecido de los viajes en carretera, las noches en el Gas light poetry club,  la insuperable banda sonora, un elenco de personajes secundarios que le dan la réplica a un Llewyn Davis lleno de matices: el personaje de Jean, interpretado por Carey Mulligan, una cantante folk histérica presa de sus propias contradicciones, John Goldman en el papel del músico de jazz drogadicto que le acompaña en su viaje a Chicago y el poeta beat silencioso que conduce. En una crítica, Jordí Puntí apunta sobre estos dos personajes " podían ser Jack Kerouac y John Coltrane. Cosas de los Coencritica de Jordi Punti




En efecto, a través del deambular errático de Llewyn Davis, los Coen han querido rendir tributo a toda la escena artística de unos años, a una generación acuciada por la miseria, las drogas, la inestabilidad, y a una producción poética, musical y literaria que dejo constancia de  una mirada  nihilista, irreverente y melancólica. La esencia de todos esos elementos quedaron patentes en la música de Bob Dylan. La película acaba precisamente con el debut real de Dylan en el Gas Light Club con Farewell, mientras un abatido Llewyn Davis mira a cámara. Por  eso, Inside Llewyn Davis,  es también un reconocimiento a todos los Dylan que existieron antes de Dylan, y a todos los Dylan,  que se quedaron en algún bar de carretera esperando una oportunidad que nunca llegaría. 




La película de los Coen me recordó a otro Cohen. 
El otro Cohen también empezó en la música más menos en los mismos años que Llewyn Davis y
compartió una habitación en el Chelsea Hotel de Nueva York  con un personaje fundamental de los años que estaban por venir: Janis Joplin. A ella le dedicó una de las canciones que mejor expresan el espíritu de aquellos años y que perfectamente habría podido pertenecer a Llewyn Davis.

" Well, never mind,
we re ugly but we have the music"



Trailer de la película



Fare the Well (ending song) para abrir paladar....




De regalo Chelsea Hotel Nª2  de Leonard Cohen








No hay comentarios:

Publicar un comentario