martes, 3 de junio de 2014

Ginger & Rosa: El mundo y la asfixia



Y  hará futuro 
tu fuerte, fragilidad.
(Ismael Serrano)




Esta semana he tenido la oportunidad de ver dos películas que precisamente por su radical apuesta por el inconformismo y la angustia me reconcilian con dos de mis estados de ánimo predilectos: el inconformismo y la angustia. Sobrevivir no quiere decir necesariamente aceptar las reglas del juego, ¿o si? ¿la lucha por la supervivencia nos doblega irremediablemente a aceptar las normas de adaptación a un medio que detestamos? Éstas son algunas de las preguntas que me asaltan a diario y que he encontrado representadas en las dos películas. La primera, la tenía pendiente desde hace mucho tiempo, se trata de La vida soñada de los ángeles (Erick Zonca, 1998). En esta cinta intimista que narra la relación de amistad entre Isa y Marie, las mismas condiciones de vida, la pertenencia al proletariado francés de la ciudad industrial de l'Ille, nos representa dos actitudes antagónicas ante la vida: Isa, una especie de antecesora de Amelie, acepta su condición social y disfruta de los pequeños placeres de la vida, a la vez que se preocupa por todo el mundo y Marie vive amargada por la restricciones y sinsabores de su situación y se engancha pronto a cualquier vehículo de escape que le permita soñar con la posibilidad de cambiar de vida.


Aceptación y rechazo son las dos formas de reaccionar ante la misma situación . Sin embargo, aunque el inconformismo de Marie acabe teniendo consecuencias destructivas, la aceptación de Isa no deja de reflejar una sumisión naïf hacia el lugar que le ha tocado ocupar en el mundo, como así queda representado en esa agridulce escena final, en la que vemos a Isa trabajando en una fábrica de colocación de cables. La única diferencia posible que existe entre los dos personajes es que Isa ignora que existen otras opciones, y Marie no. Lo que destruye a Marie es la conciencia de que estas opciones existen pero que no son alcanzables para alguien como ella. En cualquier caso, el realismo de la puesta en escena, unido al acierto del título, configura el relato de dos ángeles caídos inscritos en una especie de poesía de la precariedad.


Mucho más reciente, Ginger y Rosa (Sally Potter, 2012) también habla de la relación de amistad entre dos jóvenes, en este caso adolescentes. Pero el universo poliédrico de relaciones que dibuja la película es acaso más rico que el de La vida soñada de los ángeles, entre otras cosas, porque Ginger y Rosa no sólo relata la relación de amistad de las dos protagonistas sino del contexto en que esta relación se ubica: el momento histórico, la década de los sesenta con la guerra fría y la amenaza nuclear como trasfondo, las relaciones familiares disfuncionales, y la dificultad de construir una identidad cuando los referentes paternos fracasan, o cuando ocultan un mundo de contradicciones tan peligroso y hostil como el mundo exterior que empiezan a descubrir.


La película  nos acerca al punto de vista de Ginger, interpretada por una soberbia Ellen Fanning, que despliega a lo largo de la cinta toda la evolución de matices que le exigía el personaje, mientras que Rosa representa  más a ese otro en el que Ginger espera sentirse reflejada y que le devuelve como respuesta una traición de sus propios ideales. Se podría hacer una lectura lésbica de los sentimientos que Ginger podría sentir hacia Rosa, por lo que leído por ahí que ya hay quién la ha hecho, estoy de acuerdo en que desde luego la ambigüedad esta servida, sobretodo teniendo en cuenta la trayectoria de la realizadora, pero sin que esa lectura se dé el conflicto de Ginger con respecto a Rosa queda plenamente justificado. Sally Potter que es conocida por hacer un cine muy experimental y vanguardista, al haber nacido de esa generación de jóvenes airados del Free Cinema británico, hace bastantes concesiones narrativos en esta película que sin embargo contiene una estética, un ritmo y una planificación en la que es un placer sumergirse de lleno.





Pero sobre todo, acierta a la hora de hacer confluir el conflicto individual con el conflicto colectivo.
Esta faceta es la que más me ha interesado de la película, la conciencia que lleva a Ginger a tomar partido como activista en la protesta contra la bomba atómica se acaba transformando en una angustia paralizante a medida que su vida personal se va complicando. El conflicto se desata con un padre al que admira tanto como odia, que encarna al intelectual y activista intachable, cuyos postulados sobre la libertad son llevados hasta el extremo contra todo aquello que le coharta, incluyendo en ese universo de ataduras y convencionalismos a la propia Ginger que juega un papel de admiradora y víctima de la libertad e irresponsabilidad paterna, pero que tampoco puede evitar identificarse con el discurso de un padre seductor y manipulador hasta el delirio. La incapacidad de resolver este conflicto se vuelve una obsesión insalvable: el terror a la bomba crece y con ella el terror a desaparecer, pero este miedo enmascara otro, el terror a no saber quién es, a no saber decir lo que se quiere decir porque lo que se quiere decir, va en contra de lo que se debe pensar ¿Cuáles son los límites de la libertad? ¿Debería ésta tener límites? De ésta incapacidad de delimitar conceptos nace  la búsqueda de Ginger en las palabras, en los poemas y nace también su deseo poco fructífero de convertirse en poeta. En el momento en que las palabras no pueden nombrar su abrumación  Ginger colapsa, porque el inconformismo (con el mundo) y la asfixia ( de no saber, no comprender, no poder soportar) han ido en ella más allá de lo que puede verbalizar.
Aquí, podemos ver  una auténtica escenificación de esa frase que dice que todo lo personal se acaba volviendo político, y que todo lo político se acaba volviendo personal.


Pero Ginger y Rosa no es un melodrama de adolescentes, ni una tragedia autodestructiva, es una película sobre la diferencia entre los discursos y los sentimientos, lo teórico y lo sensible, la árdua conquista de una identidad auténtica, y como nos revela su último plano, es una película sobre la lucha como un ejercicio de confianza en el que después de cada catástrofe hay un futuro posible.




Podéis leer la crítica de Diagonal aquí:Un poema sobre el futuro

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