Y hará futuro
tu fuerte, fragilidad.
(Ismael Serrano)
Esta semana he tenido la oportunidad de
ver dos películas que precisamente por su radical apuesta por el
inconformismo y la angustia me reconcilian con dos de mis estados de
ánimo predilectos: el inconformismo y la angustia. Sobrevivir no
quiere decir necesariamente aceptar las reglas del juego, ¿o si? ¿la
lucha por la supervivencia nos doblega irremediablemente a aceptar
las normas de adaptación a un medio que detestamos? Éstas son
algunas de las preguntas que me asaltan a diario y que he encontrado
representadas en las dos películas. La primera, la tenía pendiente
desde hace mucho tiempo, se trata de La vida soñada de los
ángeles (Erick Zonca, 1998). En
esta cinta intimista que narra la relación de amistad entre Isa y
Marie, las mismas condiciones de vida, la pertenencia al
proletariado francés de la ciudad industrial de l'Ille, nos
representa dos actitudes antagónicas ante la vida: Isa, una especie
de antecesora de Amelie, acepta su condición social y disfruta de
los pequeños placeres de la vida, a la vez que se preocupa por todo
el mundo y Marie vive amargada por la restricciones y sinsabores de
su situación y se engancha pronto a cualquier vehículo de escape que
le permita soñar con la posibilidad de cambiar de vida.
Aceptación
y rechazo son las dos formas de reaccionar ante la misma situación . Sin embargo, aunque el inconformismo de
Marie acabe teniendo consecuencias destructivas, la aceptación de
Isa no deja de reflejar una sumisión naïf hacia el lugar que le ha
tocado ocupar en el mundo, como así queda representado en esa
agridulce escena final, en la que vemos a Isa trabajando en una
fábrica de colocación de cables. La única diferencia posible que
existe entre los dos personajes es que Isa ignora que existen otras
opciones, y Marie no. Lo que destruye a Marie es la conciencia de que
estas opciones existen pero que no son alcanzables para alguien como
ella. En cualquier caso, el realismo de la puesta en escena, unido al
acierto del título, configura el relato de dos ángeles caídos
inscritos en una especie de poesía de la precariedad.
Mucho
más reciente, Ginger y Rosa (Sally Potter, 2012) también habla de
la relación de amistad entre dos jóvenes, en este caso
adolescentes. Pero el universo poliédrico de relaciones que dibuja
la película es acaso más rico que el de La vida soñada
de los ángeles, entre otras
cosas, porque Ginger y Rosa no
sólo relata la relación de amistad de las dos protagonistas sino
del contexto en que esta relación se ubica: el momento histórico,
la década de los sesenta con la guerra fría y la amenaza nuclear como trasfondo, las
relaciones familiares disfuncionales, y la dificultad de construir
una identidad cuando los referentes paternos fracasan, o cuando
ocultan un mundo de contradicciones tan peligroso y hostil como el
mundo exterior que empiezan a descubrir.
La película nos acerca al punto de vista de Ginger, interpretada por una soberbia Ellen
Fanning, que despliega a lo largo de la cinta toda la evolución de
matices que le exigía el personaje, mientras que Rosa representa más a ese otro en el que Ginger espera sentirse reflejada y que le
devuelve como respuesta una traición de sus propios ideales. Se
podría hacer una lectura lésbica de los sentimientos que Ginger
podría sentir hacia Rosa, por lo que leído por ahí que ya hay
quién la ha hecho, estoy de acuerdo en que desde luego la ambigüedad
esta servida, sobretodo teniendo en cuenta la trayectoria de la realizadora, pero sin que esa lectura se dé el conflicto de Ginger
con respecto a Rosa queda plenamente justificado. Sally Potter que
es conocida por hacer un cine muy experimental y vanguardista, al
haber nacido de esa generación de jóvenes airados del Free Cinema
británico, hace bastantes concesiones narrativos en esta película
que sin embargo contiene una estética, un ritmo y una planificación
en la que es un placer sumergirse de lleno.
Pero
sobre todo, acierta a la hora de hacer confluir el conflicto
individual con el conflicto colectivo.
Esta
faceta es la que más me ha interesado de la película, la
conciencia que lleva a Ginger a tomar partido como activista en la
protesta contra la bomba atómica se acaba transformando en una
angustia paralizante a medida que su vida personal se va complicando.
El conflicto se desata con un padre al que admira tanto como odia,
que encarna al intelectual y activista intachable, cuyos postulados
sobre la libertad son llevados hasta el extremo contra todo aquello
que le coharta, incluyendo en ese universo de ataduras y
convencionalismos a la propia Ginger que juega un papel de admiradora
y víctima de la libertad e irresponsabilidad paterna, pero que
tampoco puede evitar identificarse con el discurso de un padre seductor y manipulador hasta el delirio. La
incapacidad de resolver este conflicto se vuelve una obsesión
insalvable: el terror a la bomba crece y con ella el terror a
desaparecer, pero este miedo enmascara otro, el terror a no saber
quién es, a no saber decir lo que se quiere decir porque lo que se quiere decir, va en contra de lo que se debe pensar ¿Cuáles son los límites de la libertad? ¿Debería ésta tener límites? De ésta incapacidad de delimitar conceptos nace la búsqueda de Ginger en las palabras, en los poemas y nace también su deseo poco fructífero de convertirse en poeta. En el momento en que las palabras no pueden nombrar su abrumación Ginger colapsa, porque el inconformismo (con el mundo) y la
asfixia ( de no saber, no comprender, no poder soportar) han ido en
ella más allá de lo que puede verbalizar.
Aquí, podemos ver una auténtica escenificación de
esa frase que dice que todo lo personal se acaba volviendo político,
y que todo lo político se acaba volviendo personal.
Pero
Ginger y Rosa no es un melodrama de adolescentes, ni una tragedia
autodestructiva, es una película sobre la diferencia entre los
discursos y los sentimientos, lo teórico y lo sensible, la árdua conquista de una identidad
auténtica, y como nos revela su último plano, es una película
sobre la lucha como un ejercicio de confianza en el que después de
cada catástrofe hay un futuro posible.
Podéis leer la crítica de Diagonal aquí:Un poema sobre el futuro
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