martes, 1 de julio de 2014

Los pretéritos




Atención: este artículo puede contener algunos spoilers.

Toda la vida son cuentas pendientes. Lo dice Quique González en una canción.  La frase podría aplicarse a la última película que he visto en el cinestudio d'or: El Pasado,  del director iraní Asghar Farhadi. 

El Pasado se construye sobre una premisa simple: un único espacio, pocos personajes, un ex marido que regresa para firmar los papeles de un divorcio con su ex mujer que está a punto de casarse con otro. En cambio,  la simplicidad de la trama irá complicándose, conformando un puzzle de múltiples caras para el cuál siempre hay una pieza que sobra. Farhadi mezcla un ritmo lento  e hipnótico propio de su herencia oriental, con unas largas secuencias de diálogos que me recordaron a las mejores tragedias bergmanianas, aquellas que olvidaban el calado metafísico para regresar  al cuerpo vivo.


Como en todo melodrama que se precie, las cosas no son lo que parecen, pero el nudo gordiano de esta película no está en lo que los personajes han mantenido en silencio durante largo tiempo y que emerge como consecuencia de la llegada del extraño, en este caso, Ahmad, sino en lo que los personajes han arrastrado de ese pasado hasta el presente y en lo que ignoran de sí mismos que es desvelado para los propios personajes a la vez que para los espectadores, cuestión que convierte El Pasado, poco menos que en un enigma sin fin, donde finalmente la verdad, aquello que ocurrió en tiempos pretéritos,  es tan imposible de conocer como el propio futuro.

 El misterio es un caleidoscopio en el que se refleja una ambivalencia de emociones donde todos los personajes se convierten en víctimas y verdugos de su propia desgracia. En el centro de esa desgracia, Marie Ann, la mujer que le da a aceptar antes de haber entendido la pregunta. Marie Ann es ese huracán por el medio del cuál se activa un efecto dominó que pone en marcha el resto de mecanismos del enigma dramático. Pero a la vez es la principal víctima de este. El caos la rodea y a la vez es generado por ella.
Es maravillosos el uso que hace Farhadi de la puesta en escena para urdir toda una simbología que  acentúa ese estado de decadencia, e incoherencia a través del enorme caserón en ruinas, habitado por Marie Ann y sus hijas: las habitaciones a medio pintar, el suelo lleno de obstáculos, botes de pintura que se caen, desagües que no funcionan, lámparas que se funden, jardines desamparados ventanales viejos, cadenas de la bici rotas. La casa es una extensión del carácter caótico de Marie Ann, de las múltiples vidas y tránsitos que Marie Ann  arrastra  y de las cadenas de todos sus anteriores fracasos.  


En el lado opuesto están los dos protagonistas, Ahmad y Samir. Ninguno de ellos dos puede habitar plenamente el presente porque no han roto los vínculos con su pasado. Ahmad siente que tiene una cuenta pendiente con Marie Ann y sus hijas, que les debe una explicación y esa incapacidad de romper un vínculo que no quiso romper sino que se vio obligado a hacerlo, le mantiene en un limbo entre dos mundos, oriente y occidente, que es incapaz de reconciliar. Samir,  parece dispuesto a construir un proyecto de vida con Marie Ann pero descubrimos que sólo es así mientras piensa que su mujer se intentó suicidar por un asunto trivial con una clienta. El futuro con Marie Ann se tambalea cuando algo en su pasado se modifica. Inevitablemente modifica su manera de vincularse a Marie Ann en el presente. Así en el último plano de la película,  Samir sostiene la mano inerte de su mujer en coma buscando algún signo de reacción consciente,  el plano se cierra sobre las venas azuladas de ella ¿ es eso un signo de vida? El espectador escudriña también la mano de ella buscando cualquier pequeño gesto que delate su presencia, que delate que esas venas desean aferrarse a la mano de Samir. Aquí Farhadi representa la imagen exacta de alguien que continúa anclado a un vínculo con un tiempo que ya no puede volver, la imagen de alguien que quiere traer el pasado al presente, la imagen de alguien que no  puede romper con la historia que le precede.


El final de El Pasado no puede dejar más preguntas abiertas . Ahmad regresa a Irán con más dudas de las que vino, Marie Ann fuma embarazada tras una ventana lluviosa y Samir en un hospital sosteniene la mano de  una mujer en coma. Pocas posibilidades de salir adelante tienen Samir y Marie Ann con semejantes nudos y lastres a su espalda. 

Aunque a decir verdad, los nudos y los lastres tienen la importancia que les queramos dar y de eso trata también El Pasado, de esa tendencia a dar más importancia al tiempo vivido, que al tiempo que estamos viviendo o al tiempo que está por venir. Al final, casi todos los pasados están ahí sólo para complicarnos la vida. Nadie excepto nosotros mismos va a llamar a nuestra puerta pidiéndonos explicaciones por las cuentas pendientes. Ignorar esa llamada o abrirle la puerta puede ser una decisión trascendental.



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