jueves, 9 de octubre de 2014

Culpa y amnesia colectiva: Macbeth, Corazón tan blanco y La isla mínima.


no he querido saber, pero he sabido...”

Así da comienzo una de las novelas que más me ha obsesionado en los últimos meses, y que encadenada azarosamente (o no) a otras obras han traído a mi vida, casi como una letanía fantasmal, el imaginario del Macbeth de William Shakespeare.

La novela Corazón tan blanco de Javier Marías recorre  un diálogo contínuo entre lo oculto y lo intuido, donde se miran constantemente presente y pasado pero donde también se mira  la fuerza de la sugestión, aquello que creemos adivinar en los otros, o que creemos que los otros esperan de nosotros. En ese sentido, la novela podría recordarnos más bien a Hamlet,el hijo que busca saber la verdad sobre la legitimidad o la podredumbre de quién ocupa el trono, en este caso, su padre. Sin embargo, Corazón tan blanco abandona pronto la sed de certezas del protagonista para deslizarse hacia el terreno de Macbeth: el remordimiento, el hecho, la culpa.


Si recordamos la obra de Shakespeare, son las brujas de Sherwood las que auguran a Macbeth que será rey pero que para ello tendrá que asesinar a Duncan, la persuasión del crimen se produce mediante el lenguaje. Y es la discusión sobre el poder incontestable de la palabra (dicha y reservada) la que ocupa la parte central de la novela de Marías. Al igual que las brujas, lady Macbeth le insta a que cometa el acto criminal, pero cuando los fantasmas atormentan las noches de su marido, lady Macbeth se averguenza de ser sólo una culpable parcial del acto, se averguenza de tener “un corazón tan blanco”, en otras palabras, un corazón no culpable. Pues las palabras instigadoras no se pueden equiparar en culpabilidad al acto.



En la novela de Marías también hay una leve sugerencia, un momento de sugestión, pero dicho sin voluntad de acción por la tía del protagonista, Teresa Aguilera. Sin embargo, estas palabras pronunciadas en el momento justo desencadenan el acto criminal (el pasado criminal) que se nos va ocultando y desvelando a lo largo de toda la novela, como una tormenta que no vemos, pero sí somos capaces de anticipar.

El tema es más profundo de lo que parece. ¿ Son responsables los demás de las reacciones que nos provocan o simplemente activan algun mecanismo que ya existía dentro de nosotros? Si pensamos en Crímen y Cástigo de Dostoievsky, el modo en que se acciona el plan criminal para matar a la viuda ocurre del mismo modo. Raskólnikov escucha accidentalmente una conversación en la que alguien habla sobre la posibilidad eventual de matar a la viuda avara. Está conversación es la que desencadena el plan criminal en el protagonista, quien lleva esta idea hipotética al terreno de lo posible. ¿Pero hasta qué punto ese instinto no se encontraba ya dentro de el protagonista antes de escuchar la conversación?

La sugestión, ese eco que despierta en nosotros algo que viene del exterior, es en realidad el encuentro no deseado con el propio yo, como decía Montaigne; el hombre no sabe quién es, lo descubre. En ese descubrimiento el acto adquiere toda la rotundidad frente a la palabra “I ve done the deed” y por eso Lady Macbeth se convierte en un personaje mucho más complejo que el de su marido, porque no es una asesina pero tampoco es inocente, la palabra la convierte en cómplice y mediante la palabra quiere aliviar una culpa que no puede materialmente compartir: “los dormidos y los muertos no son sino pinturas” .


En la novela de Marías, la palabra tiene por un lado parte del peso insoportable del acto,para la difunta tía, Teresa Aguilera. Para los protagonistas supone la confirmación sobre un presentimiento del pasado, la confirmación sobre un desastre que es parte de su historia. En este sentido el silencio que guardan los protagonistas respecto a ese pasado tiene una interpretación en clave histórica, porque nos habla de un silencio que acepta y tolera el linaje de la sangre. Podemos ver en Juan y Luisa, una clara alusión a los protagonistas de la transición que consintieron la convivencia  con los protagonistas de un régimen sangriento.



Para terminar me gustaría conectar esta idea con la última película que he ido a ver al cine La isla mínima de Alberto Rodríguez. En esta última se superponen dos historias, la investigación de la desaparición de dos muchachas en la Andalucía deprimida de principios de los ochenta, y la historia política y personal de los dos detectives que trabajan en el caso. Personalmente, creo que la primera historia está bastante bien conseguida, excepto por los obvios paralelismos existentes con la serie True Detective, aunque me resulta mucho más interesante la segunda y pese a que no sé si está del todo bien aprovechada. Como en True Detective aquí tenemos a dos personajes salidos de mundos opuestos: un mundo que está desapareciendo (la policía franquista) un mundo que está naciendo (el de los opositores demócratas). En una situación límite estos dos personajes tienen que obviar sus diferencias e incluso encontrar puntos de encuentro y complicidades. Javier Gutiérrez encarna al policía franquista que se nos  aparece como un personaje trágico, fantasmal y melancólico acostumbrado a un mundo que se derrumba y del que busca redimirse. Raúl Arévalo encarna la ingenuidad voluntaria, que como el protagonista de la novela de Marías intuye pero no quiere saber.




El gran momento de La isla mínima se produce cuando deja de ser una crónica negra para convertirse en un relato histórico. Este cambio tiene lugar hacia el final, donde tras varios intentos de negación Raúl Arévalo tiene que decidir entre la crudeza de un pasado sanguinario temido y la amistad que siente por el compañero que le ha salvado de la vida.
Su posicionamiento ideológico se debilita ante el conocimiento del individuo que tiene delante. Pero ¿ hasta qué punto esa decisión no le convierte en cómplice de la impunidad de la que ha gozado siempre la dictadura? 

Alberto Rodríguez reproduce la metáfora de una generación que, como Juan y Luisa, eligieron la amnesía para seguir viviendo, y así La isla mínima podría cerrarse de la misma manera que empieza Corazón tan blanco con una afirmación rotunda que es en realidad, una confesión a medias  : “no he querido saber, pero he sabido...” 

Esta confesión de inicio, amnesia admitida, pone en tela de juicio el mismo título de la novela "corazón tan blanco" .  Pues el corazón que sabe ya no permanece impoluto, blanco, puro y aunque no sea culpable, y por lo tanto no este teñido con el rojo de la sangre, desde luego ya no puede ser un corazón blanco que enarbole la bandera de la inocencia. 

Ese es el papel histórico que creo que jugó la generación que hizo la transición. Un corazón gris. Un corazón a medias. Un corazón indeciso. Las claves siguen estando en la generación de nuestros abuelos, es decir, en la generación de aquellos que vivieron la guerra. Está conclusión me la sugirió una lectura de poemas en el Modus Vivendi de Santiago a cargo de Pablo Fidalgo Lareo , autor de La educación física  y miembro de esa atípica compañía teatral llamada La Tristura. 

(...) Mis padres buscaron un lugar en la playa
donde protegerme de la historia...

  En su nuevo libro Mis padres: Romeo y Julieta, Pablo investiga sobre las relaciones entre las raíces, los secretos familiares, el posicionamiento político y la identidad, haciendo hincapié en nuestro rol generacional como figuras destinadas a revelar todo lo que no se dijo. Hijos de los que tuvieron que olvidar rápido para vivir de nuevo, a nosotros nos corresponde  "saber queriendo  "

2 comentarios:

  1. He esperado a ver La isla mínima antes de leer tu estupendo texto, y me gustaría apuntar únicamente que es cierto que las similitudes con True Detective lastran un poco la originalidad de la propuesta. Algo completamente injusto, por otro lado, ya que la película se rodó antes de que se estrenara la serie. Precisamente por eso -y porque también me gustó mucho tu texto sobre True Detective- creo que tiene mucho interés que dos obras tan locales -una estadounidense, la otra muy española, muy andaluza, ambas del "sur"- coincidan en tantas cosas. Sobre todo en esa idea de que hay un corazón maligno y primitivo que late debajo de lo que llamamos orden, democracia, civilización.

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  2. La verdad es que llevo un tiempo desanimada con el blog. No encuentro temas, me cuesta ponerme y siempre me falta tiempo para escribir. Supongo que haberme mudado a una ciudad sin cine influye algo, aunque no hay excusas. Pero entre mi primo pequeño marxista que me ha hecho un par de comentarios muy interesantes sobre La isla mínima, y tu post, he decidido seguir. Estoy de acuerdo contigo, en que hay más que rascar en esa superflua y obvia comparación con True Detective y ahora me arrepiento de haberlo mencionado. La isla mínima tiene más capas de las que aparenta y el imaginario de Alberto Rodríguez es un paisaje digno de atravesar, algo, algo nos está señalando sobre la democracia que creímos inventar pero de manera muy sutil, como lo haría un buen escritor de novela negra...Ha habido demasiado realismo social malo, y demasiada película histórica mala, y poca negrura. La dulzura del relato siempre contradice la negrura de sus tiempos. ¿Pero qué hay en el sur? ¿El corazón de las tinieblas está en el sur? ¿la pobreza es el terreno en el que se abonan la impunidad y la injusticia? ¿o también tiene algo que ver la ignorancia, el tradicionalismo, la permisividad y el derroche de alegría? ¿Es una cuestión de coordenadas o de periferias? Hay que seguir dándole vueltas....

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