domingo, 14 de septiembre de 2014

Boyhood: tiempo a la fuga.




A veces estamos dispuestos a creer 
que el presente es el único estado posible de las cosas.
Marcel  Proust







El tiempo es un enemigo.  Nos aterra, no porque nos haga ser conscientes  de la existencia de la muerte,  sino porque nos hace ser conscientes de la existencia de la vida, porque nos obliga a aceptar que nada es permanente, que todo fluctúa y que pese a los asideros que podamos encontrar en el transcurso, la incertidumbre es el verdadero estado natural del ser humano. Ese creo que es el tema de Boyhood.  No hablar sobre la infancia, ni hacer un experimento sociológico o marcar un hito en la formas narrativas cinematográficas. Todas estas cuestiones sólo son el decorado en el que se inscribe la gran obsesión de Richard Linklater: el paso del tiempo.









En realidad, el paso del tiempo es la obsesión del hecho cinematográfico por excelencia, ningún otro arte permite la reproducción de imágenes a través del tiempo. Las historias del cine evolucionan temporalmente y vistas con suficiente distancia evocan la existencia de mundos que ya han desaparecido.  Como ya corroboró Godard en su macro-proyecto Histoires du cinema las imágenes cinematográficas son un símbolo visual absolutamente melancólico, pues cada una de ellas suponen la afirmación radical de un presente que ya se ha convertido en pasado  en el momento en que lo estamos viendo.




El proyecto de Linklater partía de una premisa básica: si iba a hablar del paso del tiempo necesitaba disponer de él. Y dispuso, concretamente de doce años a través de los cuáles vemos en la pantalla cada pequeño cambio que se produce en la fisionomía y el carácter del pequeño Mason,  y en los de sus padres, entorno, amigos. Vemos cómo sus inquietudes infantiles, sus rasgos y rarezas, así como sus vivencias van dejando un poso que se irá convirtiendo en  su personalidad de adulto.

Pero si este fuera el único mérito de Boyhood, estaríamos hablando en todo caso de un gran documental de interés humano. Sin embargo, no debemos olvidar que Boyhood es una película de ficción, desarrollada a través de un guión. Y por lo tanto,  la personalidad, evolución e historia de sus protagonistas  es obra de Linklater, por lo que el valor del realizador no ha sido únicamente zambullirse en un proyecto de larga duración con todos los riesgos de producción que eso implica, sino saber condensar la evolución de cada uno de los personajes a través del guión de una manera coherente durante  los doce años de rodaje.  El propio realizador ha dicho en varias entrevistas que el gran reto de la película fue mantener la coherencia del personaje principal, Mason, desde los seis hasta los dieciocho años, hacer que cada cambio pareciese una consecuencia natural de los acontecimientos vividos y no un brusco giro de guión escrito por el director. 




Hay algunos momentos  en los que el presente deja de ser presente para convertirse en pasado, pero casi nunca somos capaces de advertirlo . La obsesión del ser humano por atrapar el tiempo, por convertirnos en sus dueños y no en sus esclavos, por cazar momentos, es el motor que se esconde detrás del proyecto de Linklater. Al igual que en esa terrible escena de La gran belleza en el que Pep Gambardella va a ver la exposición del joven que se ha hecho una fotografía de sí mismo cada día de su vida, y contempla los cambios imperceptibles producidos día a día, a través del tiempo, montones y montones de instantáneas que le devuelven al señor Gambardella la conciencia de que la vida se escapa por todas partes, no hay manera de atraparla ni siquiera hay manera de estar seguros de que hayamos sido nosotros los que la hayamos vivido.

¿Cómo vivir? ¿Cómo crecer? ¿Cómo nos cambian las decisiones de los demás? A lo largo de su vida, Mason y su hermana tienen que hacer frente a las decisiones erráticas de sus padres, a sus intentos por enderezar la situación, y a la comprensión de que todos aquellos pasos en el camino evolutivo que de niños se perciben como garantía de seguridad y madurez : el trabajo, los estudios, los hijos, no son el realidad garantía de nada. A medida que crecen, descubren que sus padres siguen tan llenos de dudas como ellos y que el fracaso, el miedo y la inseguridad son estados que les acompañarán siempre.

El momento más duro en el desarrollo personal de un individuo es aquel en el que ve a su progenitor como un ser humano lleno de carencias, retrasos, dudas. La pregunta que el poeta mallorquín Bartolomeu Roselló Porcel le lanzó a su maestro Carles Riba : Quan arribarà el moment de totes les seguretats? ( ¿Cuándo llegará el momento de todas las seguridades?)  es un gran símbolo de esta búsqueda del joven  que cree ver en el adulto al que admira aquellas ansiadas certezas, que supone, próximas, cercanas. Crecer probablemente significa, entre otras cosas, enfrentarse a ese fraude, darse cuenta que el tiempo de las grandes seguridades nunca llegará y que toda la vida se construye a base de pequeños titubeos cotidianos y grandes océanos de intemperie.




Otro de los grandes aciertos de la película, que le da un interés social y hasta antropológico importante, es que Richard Linklater ubica la historia de Mason dentro de la actualidad histórica  en el que se desarrolla el tiempo narrativo. Linklater acierta a la hora de hacer dialogar a los personajes con su sociedad y su momento, ya sea la actualidad política a través de las referencias a la guerra de Iraq, al ascenso de Bush, o a la campaña de Obama, o a través de los elementos de la cultura popular en la que la vida de cualquier adolescente se desarrolla: el éxito de Harry Potter, la moda emo, la aparición de Lady Gaga, la segunda trilogía de la Guerra de las Galaxias.  Linklater hace contrastar esos elementos de la cultura popular con aquellas características tradicionales de la vida americana como la cotidianidad en el uso de armas de fuego, las iglesias evangélicas, las boleras y la música country. Y aquí la película se convierte en un gran fresco cultural de la primera década del siglo en los Estados Unidos.

 La vida también son las cosas que no hemos hecho, todas las frustraciones que arrastramos, los deseos incumplidos,  las oportunidades perdidas. Esta idea aparece maravillosamente explicada en la escena en que el padre de Mason (Ethan Hawke) le regala por su cumpleaños, el álbum negro de los Beatles, un álbum que nunca existió, pero que Ethan Hawke graba especialmente para Mason  una selección en la que se incluyen los mejores temas de los cuatro intérpretes en solitario.
El álbum negro de los Beatles es el dorso de lo que somos, como le explica su padre a Mason, cada Beatle tenía algo que aportar, algo propio, la conjunción de los cuatro es lo que producía la armonía de la banda, pero también era importante saber identificar la melodía individual de cada uno. Así el álbum negro de los Beatles es una metáfora de la aceptación del otro,  es una metáfora de la comprensión de las debilidades de cada personaje como parte de su identidad, su proceso de vida, su crecimiento. El álbum negro de los Beatles implica vivir amando las sombras, las propias y las ajenas, como parte de una misma idea de armonía complementaria.






Mientras la estamos viviendo, la vida se nos escapa por todas partes, mientras estamos creciendo y cambiando, mientras nos enfrentamos al abismo de no saber qué nos ocurrirá a continuación, todo se está moviendo fuera de nuestro control, mientras estamos pensando en si besar a la chica o no, el momento se escapa, también esos momentos que se nos escaparon de los dedos nos construyen. Somos una suma de vivencias personas y momentos vividos. Y momentos fugados. Pues el viejo lema Carpe Diem es sólo una expectativa deformada del futuro. Nosotros no vivimos el momento, como dice  el joven Mason : "es el momento el que se aprovecha de nosotros". 







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