miércoles, 5 de agosto de 2015

No lo es, pero puede serlo : periodismo e idealismo.


Escribo, por las mismas razones por las que leo
porque no me encuentro bien. 
Juan José Millás 





Está de moda la ficción que nos descompone, que refleja y escribe el relato de los grandes temas de la contemporaneidad. En 1941 Humphrey Bogart mostraba en El halcón maltés el material del que están hechos los sueños, la ficción contemporánea insiste en mostrar el material del que están hechas nuestras pesadillas. Las utopías han sido sustituidas por distopías negras que explican un futuro cercano asfixiante donde no hay escapatoria ni lugar para la esperanza. Esa ficción es necesaria. Sin embargo, ante el riesgo de morir de un exceso de evasión cabe el riesgo de morir por un exceso de tenebrismo. No se trata de maquillar la realidad, sino de alumbrar horizontes. Y eso es precisamente lo que creo que hace The Newsroom, la serie de la HBO que he terminado de ver esta semana. Sé que es una serie contagiada de un idealismo épico, perversamente yanqui y tan infantiloide como inverosímil. También sé que a su creador, Aaron Sorkin, se le echa en cara construir personajes a través de los que filtra su propio discurso de la realidad a un ritmo de veinte líneas de diálogo por minuto y que también le han llovido críticas por utilizar acontecimientos informativos recientes, pero ya pasados, en vez de ubicar a la cadena de noticias Atlantis Cable News en el epicentro de la más rabiosa actualidad.

Sin embargo, hay que ser justos, la propuesta de The Newsroom es una de las más interesantes de lo últimos tiempos , no tanto por las respuestas que ofrece, ni por las recetas que da, que son muchas y abundantes (una versión escrita de las tres temporadas vale su peso en oro) sino por las preguntas que Sorkin en su “misión de civilizar” lanza: ¿cuál es la relación entre lo analógico y lo digital? ¿cualquiera puede ser periodista? ¿cómo influyen las redes sociales en el rigor informativo? ¿qué es el periodismo ciudadano? Especialmente interesante resulta el capítulo en que se aborda el estallido de Occuppied Wall Street porque refleja algo que muchos de los que estuvimos en el 15M, al igual que el personaje de Neal Sampat, intentábamos reconciliar: el rechazo de los activistas a participar en los medios por considerarlos cómplices de una estructura podrida a la que había que abatir y el deprecio de los medios hacia los movimientos sociales por las propuestas asamblearias y los intentos de construir un movimiento horizontal, sin líderes ni ambiciones electoralistas.








El papel de las mujeres en los medios de comunicación o la necesidad de caminar con paso firme detrás de un ideal, la existencia de líneas rojas o el quebrantamiento de las mismas son algunas de las líneas de discusión que pone sobre la mesa The Newsroom y que abren los grandes debates actuales entorno al periodismo ¿puede un presentador opinar y dar noticias a la vez? ¿es eso justo? ¿es deseable? ¿es necesario? ¿cómo se puede desempeñar tal tarea y al mismo tiempo rendir cuentas a una empresa privada con su propia línea editorial y a unas expectativas de audiencia?¿quién es Will McAvoy? ¿y qué tiene todo esto que ver con la obra que vertebra las tres temporadas de The Newsroom? Ni más ni menos que El Quijote.
Ladrán, luego cabalgamos, uno de sus versos más revolucionarios, da aliento a los trabajadores de Noticias Noche para lidiar una guerra con las audiencias y sus respectivas vidas disfuncionales, liderados por un apesadumbrado escudero, Will McAvoy, un conservador errático que es testigo de que el mundo que ha conocido está desapareciendo, y una aguerrida productora, Mckenzie McHale segura de que sea cuál sea ese mundo, necesita Notícias Noche.






La metáfora del caballero justiciero, aventurero, alucinado, moribundo, pero nunca del todo vencido representa quizás más que nunca al periodista vocacional que cree que tiene el deber de contar o revelar aquello que permanecerá oculto de cualquier otra manera.

Ese impulso es el mismo que lleva a muchos jóvenes periodistas a las fronteras con la muerte en Alepo y Kobane, porque alguien tiene que contar la historia, pero las historias, las fotos y los testimonios valen menos que en palabras de Galeano “la bala que los mata”.







Nunca matar a corresponsales ha salido tan barato, y así los periodistas, fotógrafos, freelances y corresponsables han pasado ha engrosar la larga lista de los nadies. Según el consejo de protección de los periodístas (CPJ) 81 periodistas han muerto desde que se inició el conflicto sirio, cifra que según Reporteros sin Fronteras asciende a 131 sumando a freelance y a bloggers. No tienen compañeros esperándoles en ningún lugar, no pertenecen a ninguna importante agencia de noticias y nadie va a poner el grito en el cielo cuando aparezcan sus cuerpos. Especialmente heroica es la lucha de los periodistas mexicanos por desentrañar la realidad del narcoestado, hacer lo que hacen McAvoy y los suyos es firmar una sentencia de muerte. Rubén Espinosa, el periodista asesinado esta semana en el DF lo sabía. Responsabilizó de su muerte al propio gobierno, huyó de Veracruz donde había recibido varias amenazas para refugiarse en la capital federal que creía lugar seguro. No sirvió de nada.




Ese mismo impulso, más cotidiano pero no menos heroico es el que lleva a jóvenes periodistas en nuestro país a trabajar gratis, a abrir blogs y a hacer podcasts. Movidos con una dosis de esperanza que también encierra en sí misma mucha incertidumbre y algo de locura: que algún día eso que es una pasión o una forma de vivir, se convierta, además, en un trabajo, y ese es el momento en el que la frontera entre el activista y el periodista precario se difuminan por completo.

Por supuesto, el idealismo de Sorkin tiene sus puntos débiles. De ninguna manera se puede entender que el periodista republicano y todo su equipo celebren sin el más leve ápice de duda la matanza de Bin Landen. Sobre todo después de pregonar su amor por las garantías procesales, su desencanto con la decrepitud moral del país y denunciar el extremismo del Thea Party, a quienes McAvoy llama “talibán americanos”. No, nos engañemos el objetivo de Sorkin no es desenterrar el patio trasero de la política yanki, sino apuntalar bien los cimientos del sueño americano.


A Sorkin se le ven las intenciones muy rápidamente. En la primera escena del capítulo piloto que abre la serie, durante una conferencia con preguntas del público Will McAvoy debe responder “¿Por qué América es el mejor país del mundo?” McAvoy no quiere contestar la pregunta. Pero finalmente creyendo tener una alucinación, o un ataque de vértigo, ve a Mckenzie entre el público con un cartel que dice “ It is not. But it can be” (No lo es. Pero puede serlo). La crítica incisiva de porqué América no es el mejor país del mundo da paso enseguida a la épica patriótica sobre las razones por las que sí podría serlo, o sí debería serlo. El sentido completo de la serie, su relación con el periodismo 2.0, la apuesta por posicionarse ante la realidad puede resumirse en esa leve indicación: “No lo es. Pero puede serlo”.






El periodismo todavía no es así. O ya no es así. No sabemos si es el mundo el que se ha oscurecido o nosotros los que hemos hecho un mal trabajo, pero los papeles del Washington Post que hicieron dimitir a Nixon hoy no le hacen cosquillas al status quo: dos grandes filtraciones en materia de seguridad nacional como Wikileaks y la NSA de Edward Snowden no han hecho que se tambalee el gobierno de Obama. En cualquier caso, hay gente que continua jugándose la vida para filtrar información, para hacer público lo que permanecería oculto de cualquier otra manera , para contar quién vende las armas a quién en un lugar recóndito del mundo. Todo eso ocurre, sigue ocurriendo. Y quizás esa sea la constancia de todo lo que aún puede ocurrir si algunos temerarios siguen empeñados en que lo que tenemos delante no son  molinos. 

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