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La serpiente de
Maloja es un fenómeno climatológico exclusivo de una pequeña
población de los Alpes, Maloja, situada en la zona de Sils María.
Se trata de unas nubes extrañas que descienden por debajo de las
cumbres de las montañas, casi atravesando los valles y formando una
capa espesa de masa blanca similar a la forma de un reptil que se va
alargando por el interior del valle. Este fenómeno fue captado en el año 1924 por el documentalista Arnold Fanck en el documental “ Das
Walkenphänomen vom Maloja”. La obra de este pioonero es desconocida en parte por
su singularidad, pero sobre todo por su colaboración abierta con la
propaganda nazi. Los fenómenos atmósfericos son como las
emociones. O más bien al revés, las emociones son fenómenos
atmósfericos que del mismo modo que la serpiente de Maloja nos
acechan se alargan a través de nosotros, nos atraviesan, anticipan
sucesos y desaparecen. En este caso la llegada de la serpiente es
identificada por los habitantes del lugar con la llegada del mal
tiempo, del invierno. Algo que el hombre contemporáneo ha convertido
en un presagio de malos tiempos, de desgracias. La niebla enturbia la
mirada y distorsiona las coordenadas del espacio y tiempo, donde
parecía que caminábamos recto lo hacíamos torcido, el atajo era en
realidad un pesado camino, y el camino de llegada era y es siempre un
camino de regreso.
A
una conclusión parecida llegó Nietzsche cuando escribió,
precisamente envuelto de las nubes de Sils María, su teoría del
eterno retorno. Una encuesta etnográfica realizada en el año 2010
demostraba que una de las cuestiones que más preocupaba a los
estudiantes respecto a los temas que estudian en su formación
escolar es si la historia se repite. Hay quien cree que lo que
Nietzsche quiso decir fue que el ser humano siempre regresa a su
punto original, pero la reflexión se extendía a un sentido
colectivo. Por encima de las nubes de Sils María Nietzsche creyó
comprender, en un episodio de inspiración febril, que el camino que
realiza el ser humano por el deambular de los siglos es siempre el
mismo, circular y tendente a repetirse una y otra vez sin posibilidad
de escapatoria, como si la historia estuviese contagiada de una
niebla perpetua que confunde principios y finales, finales y
principios.
La
película de Olivier Assayas “Las nubes de Sils María” es la
historia de dos personajes, que a la vez son dos actrices, dos
tiempos ( el tiempo acabado simbolizado en el nombre de la actriz
adulta Maria Enders, y el tiempo valiente de la joven ayudante
Valentine) y dos maneras de entender la cultura ( la alta cultura
francesa encarnada por Juliette Binoche, y la cultura popular y el fenómeno viral de la que es heredera Kristen Stewartt). Pero
sobre todo, “Las nubes de Sils María” es una historia sobre cómo
esos personajes quedan afectados por un determinado estado
atmosférico que son las propias nubes del lugar, el texto teatral
que ensayan, la araña que se cierne sobre sus propias vidas
mezclando presente y el futuro, la realidad y la ficción en un único
tiempo; el no tiempo, en un único espacio; el discurso; y en un
único personaje: un sólo ser : la actriz, en dos momentos distintos
de su vida, la historia es destino.
Densa y confusa como
la niebla que contienen sus imágenes, como si cada palabra de su
texto pesara, la película disecciona las inseguridades y las heridas
de esa cronología , del tiempo joven y el tiempo maduro en una corriente
unida por la serpiente, que teje el círculo de la espiral perpetua.
¿Este es un mundo
en el que ya no hay sitio para quien decide vivir ajeno a su tiempo?
Algo que también se planteó el propio Nietzsche en
“Consideraciones Intempestivas” cuando afirmaba que para “ver”
el tiempo presente es quizás necesario estar un poco desencajado de
él, ajeno a él, no implicarse en su ritmo febril, sorprenderse ante
su aceleración histérica, resguardarse de sus ruidos fugaces ¿Se
puede vivir en “la nada” como el personaje interpretado por Juliette Binoche? ¿Somos el resultado de nuestras
propias profecías?
Iba pensando en todo
esto a la salida del cine, cuando sin darme cuenta me di de bruces
con el portal de su casa, o el portal que había sido su casa, o el
portal de la casa de sus padres, porque la verdad es que hace ya años
que no sé dónde vive. Pero recordaba ese portal y esa casa porque
hay itinerarios de las ciudades que una esquiva, evita o celebra . Y
en mitad de esa noche de verano, vi las nubes pegarse al asfalto de
la calle con una humedad dudosa y vi extenderse silenciosamente la
serpiente de Maloja a lo largo de desiertas avenidas de palmeras
donde una vez fuimos niños y fuimos adolescentes y fuimos felices de
una manera destructiva y antisocial pero al fin y al cabo, nuestra.
Porque entre nosotros y nosotros mismos la vida nos obliga a ir
superponiendo capas, capas de gestos forzados, capas disimuladas,
capas de deberes cumplidos, capas de niebla incrustada, bajas presiones
ajenas. Sólo entonces me di cuenta de que hacía mucho rato que ya
no pensaba en la película y que estaba sentada llorando, en el
bordillo de un portal. No todos tenemos los Alpes a nuestro alcance.
Nunca los hemos tenido.