La
fotografía es un misterio. El cine si, el cine te lo da todo. Se entrega. Si te
lo propones puedes comprender todas sus claves, averiguar su mecanismo interno,
sus entresijos, sus tornillos averiados. Pero la fotografía es un misterio. Como
la luna. Te enseña una parte a condición de ocultarte otra. Es el secreto del
instante. Algo que ocurre entre el fotógrafo y lo fotografiado que jamás será
desvelado ni comprendido por los demás. Ahí reside la receta, una belleza que
sea proporcional al enigma.
Daniel
Mordzinski se ha pasado treinta años dedicándose profesionalmente a la
fotografía en una modalidad un tanto extraña. “fotografía y letras”
probablemente porque quiso ser escritor antes que fotógrafo, y porque después
se pasó toda su carrera tratando de retratar en los rostros de los escritores
los libros que había leído. Así por delante de su lente pasaron algunos de los
mejores artistas de Europa y América Latina: las complicaciones narrativas de
Borges, la mirada melancólica de Benedetti, Sabato, la altivez de Vargas Llosa,
la excentricidad de Björk o el compromiso de Mercedes Sosa.
Hace
unos días, alguien en Le Monde o el
propio Le Monde vacío todo su
archivador con más de la mitad de los negativos y fotografías positivadas
archivadas que Mordzinski guardaba en la sede de Le Monde en París, esto es, la mayor parte del trabajo de toda su
vida y con el buena parte de la documentación gráfica sobre la literatura iberoamericana
de finales del siglo veinte. A Mordzinski le quedan las copias positivadas que
había guardado para alguna exposición y el material que tenía digitalizado.
Esta noticia me hizo reflexionar mucho sobre la fotografía, sobre qué significa
la pérdida de una fotografía.
Para
Roland Barthes, la fotografía es un arte esencialmente mortuorio, un arte vinculado a la pérdida porque el instante
retratado “repite mecánicamente lo que nunca más podrá repetirse
existencialmente”. Más que una exaltación de lo real “esto es”, la fotografía
es una exaltación de la memoria, de aquello que ha pasado pero que queremos
prolongar en el presente, “esto ha sido”. Si entendemos la fotografía, como lo
hacía Barthes en su brillante ensayo La
Cámara Lúcida y no como una compulsión a la que dedicar nuestro ocio
vacacional, es muy probable que comprendamos que la perdida de Mordzinski
adquiera dimensiones de tragedia. Puesto que lo que se ha perdido no es un
puñado de negativos, ni siquiera un conjunto de imágenes, sino toda una representación
de la memoria colectiva.
Y
¿Para qué sirve la memoria? ¿Para qué todo este esfuerzo nostálgico en captar la
esencia de las figuras, las formas y los gestos? Para crear una sociedad en la
que los directivos de un periódico de tirada masiva sepan valorar la diferencia
entre el material reciclable y una fotografía del autor de “No te salves, para crear una sociedad que entienda que no todo lo
que no es rentable es prescindible y sepa calcular el valor cultural e
histórico de aquello de lo que ya se obtiene beneficios, para que dentro de
muchos años alguien pueda mirar dentro de los ojos chiquitos de Garcia Márquez
y saber que en esos ojos se escribieron “Cien
años de soledad”.
¿A
dónde han ido las fotografías perdidas de Daniel Mordzinski? A todos nos
gustaría pensar que se encuentran en una maleta rumbo a algún país exótico
donde alguien las cuidará y revelará cuidadosamente hasta que aparezcan
misteriosamente intactas dentro de muchos años como le sucedió a Robert Cappa,
Gerda Taro y a David Saymour con la maleta mexicana. Sin embargo, el destino de
las fotografías perdidas se me antoja más incierto, me imagino los negativos viajando por un mundo más oscuro
preguntándose si alguien recordará su ausencia como las dos mujeres muertas del
corto La Nadadora de Gemma Vidal :
-
Estarás aquí mientras te recuerde.
¿Y cuándo me olvide? ¿A dónde iré?
Estarás aquí mientras te recuerde.
¿Y cuándo me olvide? ¿A dónde iré?
No lo sé, no sé a dónde vamos
cuando nos olvidan.
Texto: Carlota Garrido
Foto: Daniel Mordzinski
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