lunes, 25 de marzo de 2013

DANIEL MORDZINSKI: MEMORIA BUSCA DESTINO.








La fotografía es un misterio. El cine si, el cine te lo da todo. Se entrega. Si te lo propones puedes comprender todas sus claves, averiguar su mecanismo interno, sus entresijos, sus tornillos averiados. Pero la fotografía es un misterio. Como la luna. Te enseña una parte a condición de ocultarte otra. Es el secreto del instante. Algo que ocurre entre el fotógrafo y lo fotografiado que jamás será desvelado ni comprendido por los demás. Ahí reside la receta, una belleza que sea proporcional al enigma.
Daniel Mordzinski se ha pasado treinta años dedicándose profesionalmente a la fotografía en una modalidad un tanto extraña. “fotografía y letras” probablemente porque quiso ser escritor antes que fotógrafo, y porque después se pasó toda su carrera tratando de retratar en los rostros de los escritores los libros que había leído. Así por delante de su lente pasaron algunos de los mejores artistas de Europa y América Latina: las complicaciones narrativas de Borges, la mirada melancólica de Benedetti, Sabato, la altivez de Vargas Llosa, la excentricidad de Björk o el compromiso de Mercedes Sosa.


Hace unos días, alguien en Le Monde o el propio Le Monde vacío todo su archivador con más de la mitad de los negativos y fotografías positivadas archivadas que Mordzinski guardaba en la sede de Le Monde en París, esto es, la mayor parte del trabajo de toda su vida y con el buena parte de la documentación gráfica sobre la literatura iberoamericana de finales del siglo veinte. A Mordzinski le quedan las copias positivadas que había guardado para alguna exposición y el material que tenía digitalizado. Esta noticia me hizo reflexionar mucho sobre la fotografía, sobre qué significa la pérdida de una fotografía.

Para Roland Barthes, la fotografía es un arte esencialmente mortuorio, un arte  vinculado a la pérdida porque el instante retratado “repite mecánicamente lo que nunca más podrá repetirse existencialmente”. Más que una exaltación de lo real “esto es”, la fotografía es una exaltación de la memoria, de aquello que ha pasado pero que queremos prolongar en el presente, “esto ha sido”. Si entendemos la fotografía, como lo hacía Barthes en su brillante ensayo La Cámara Lúcida y no como una compulsión a la que dedicar nuestro ocio vacacional, es muy probable que comprendamos que la perdida de Mordzinski adquiera dimensiones de tragedia. Puesto que lo que se ha perdido no es un puñado de negativos, ni siquiera un conjunto de imágenes, sino toda una representación de la memoria colectiva. 

Y ¿Para qué sirve la memoria? ¿Para qué  todo este esfuerzo nostálgico en captar la esencia de las figuras, las formas y los gestos? Para crear una sociedad en la que los directivos de un periódico de tirada masiva sepan valorar la diferencia entre el material reciclable y una fotografía del autor de “No te salves, para crear una sociedad que entienda que no todo lo que no es rentable es prescindible y sepa calcular el valor cultural e histórico de aquello de lo que ya se obtiene beneficios, para que dentro de muchos años alguien pueda mirar dentro de los ojos chiquitos de Garcia Márquez y saber que en esos ojos se escribieron “Cien años de soledad”.
¿A dónde han ido las fotografías perdidas de Daniel Mordzinski? A todos nos gustaría pensar que se encuentran en una maleta rumbo a algún país exótico donde alguien las cuidará y revelará cuidadosamente hasta que aparezcan misteriosamente intactas dentro de muchos años como le sucedió a Robert Cappa, Gerda Taro y a David Saymour con la maleta mexicana. Sin embargo, el destino de las fotografías perdidas se me antoja más incierto, me imagino  los negativos viajando por un mundo más oscuro preguntándose si alguien recordará su ausencia como las dos mujeres muertas del corto La Nadadora de Gemma Vidal :
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  Estarás aquí mientras te recuerde. 
       ¿Y cuándo me olvide? ¿A dónde iré?
   No lo sé, no sé a dónde vamos cuando nos olvidan. 
Texto: Carlota Garrido
   Foto: Daniel Mordzinski 



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