“ Somos su carne, sus animales, no tenemos nada que decir”
(minero de Shabuna,
al Sur de Kivu, República Democrática del Congo)
Podemos
enviar un mensaje de amor, un whats up
incitando a la insurgencia, podemos hacer la llamada oportuna para preocuparnos
por la salud de alguien o por el placer de escuchar una voz conocida al otro
lado de la distancia. Y sin embargo ignoramos que todos y cada uno de estos
gestos están teñidos de sangre.
El
conflicto armado en el este del Congo dura ya más de doce años, en él han
muerto cinco millones de personas, miles y miles han sido desplazados. Para la
población civil, la vida cotidiana es una continúa pesadilla. Es el conflicto
más mortífero desde la Segunda Guerra Mundial y pese a ello, sólo nos llegan de
él noticias lejanas y a menudo confusas haciendo que creamos que la guerra del
Congo es una guerra de guerrillas, donde es imposible distinguir a los
principales actores así como su juego de intereses . Sin embargo, las
organizaciones que siguen de cerca el proceso, los periodistas y
documentalistas que han viajado hasta allí para contar lo que estaba ocurriendo
evitan referirse al conflicto en la República Democrática del Congo o la escala de violencia en el Este del Congo.
Han encontrado un nombre mucho más descriptivo: La guerra del Coltan.
El
coltan es un mineral escaso, el 80% se
encuentra en África concretamente en la República Democrática del Congo. Se
utiliza para extraer tantalo y niobio un condensador imprescindible en la mayor
parte de aparatos tecnológicos que conocemos: teléfonos móviles, ordenadores,
armas, videojuegos…
En
el Congo, como en tantas otras colonias europeas, la historia de la explotación
de los recursos naturales va unida a la la explotación de sus habitantes. Esta
historia se remonta al rey belga Leopoldo II que implantó sobre el congo belga el clásico estilo de expolio
de recursos minerales colonial, hasta el punto que incluso fuerzas nativas del
Congo fueron enviadas a luchar contra Italia durante la Segunda Guerra Mundial.
Años más tarde, fue precisamente de esa
colonia belga, de donde se determinó que procedía el uranio de las bombas
atómicas que las potencias aliadas lanzaron sobre Hiroshima y Nagasaki.
Lo
que vino después fue una independencia marcada a sangre y fuego de nuevo
directamente sobre la piel de los congoleños: un alto nivel de corrupción, una
población endémicamente empobrecida, unas minas atiborradas de metales
preciosos indispensables para la vida occidental. La guerra civil ruandesa
entre los hutus y los tutsis se ramificó en el Congo. Tras
derrocar al dictador Mobutu, que cambió el nombre de Congo por el de
Zaire, un gobierno de mayoría hutu se
instaló en Mombasa al mando del presidente Kabila y el antiguo Zaire pasó a ser
lo que hoy llamamos la RDC (República Democrática del Congo). El conflicto que a mitad de los noventa
arrasó Ruanda se reprodujo en el nuevo Congo. Las milicias tutsis se opusieron
al nuevo gobierno con el apoyo de las fuerzas militares de Ruanda y Uganda.
Pero en realidad, el origen del conflicto no era étnico ni territorial. Las
diferentes minorías ruandesas exigían una explotación de los recursos minerales
que el gobierno hutu de Kabila había acaparado para él sólo. La conquista de
los territorios claves donde se encuentran las preciadas minas de coltan es el
verdadero leiv motiv que marca la estrategia militar territorial de los
distintos grupos en conflicto.
Cuando
el precio del coltan sube, las compañías lo compran en el mercado ilegal que es
el que viene suministrado desde Ruanda y Uganda hasta Bélgica a través de
líneas aéreas implicadas en el proceso. Sin embargo, aunque la ONU insiste en
la importancia de no comprar minerales de contrabando para no financiar a las
milicias de la guerra en el Congo, lo cierto es que las condiciones de los
congoleños no cambian mucho si su mina es una de las que controla el ejército
del gobierno o es una mina de contrabando.
Frank
Poulsen viajó hacia una de las minas más sustanciosas para filmar un documental
sobre el coltan: Blood in the mobile. Se
trata de la mina de Bisie, situada en Kivu Norte y controlada por el ejército
del gobierno y por algunos guerrilleros Mai Mai. Miles de personas se desplazan
hasta la mina de Bisie atraídas por la fiebre de los metales con la esperanza
de encontrar una fuente de riqueza (coltán, casteritta, germanio) para ello
abandonan a menudo sus plantaciones agrícolas provocando fuertes hambrunas en
la zona. Una vez en la mina, el gobierno les hace pagar una alta tasa de
impuestos diarios para tener derecho a trabajar en la mina. Como consecuencia,
los trabajadores congoleños no pueden salir de la mina porque se han endeudado
tanto que se ven obligados a trabajar dentro de las excavaciones de por vida.
Hacen
su vida en unos campamentos paupérrimos situados en los alrededores de la mina
que están vigilados día y noche por miembros de los Mai Mai o por militares del
gobierno. Son frecuentes los accidentes mortales y los derrumbamientos de
tierra, y brillan por su ausencia todo
tipo de medidas de seguridad.
La
ONU creó en 1999 la Misión para el mantenimiento de la paz en la República
Democrátrica del Congo (MONUC). Con 17000 cascos azules y un presupuesto anual
de mil millones de dólares es la misión más larga y costosa de la
organización. Sin embargo, poco o muy
poco es lo que se ha avanzado en la pacificación del conflicto. Cada tregua o
conato de acuerdo de paz dura lo que tardan los mercados en marcar un nuevo
precio para el coltan; escasez de coltan significa una nueva escalada de
violencia. En un primer momento la ONU apoyó a las fuerzas del gobierno
congoleño pero las violaciones sistemáticas que estos han perpetrado sobre la
minoría tutsi hicieron que le retirara su apoyo en 2009. En 2012 la ONU hizo un
informe muy duro sobre la implicación del gobierno de Ruanda y Uganda en el
conflicto. Sin embargo en el mismo año, la ONU aprueba que Ruanda sea una de
los miembros no permanentes del Consejo de Seguridad.
Poco
o muy poco es lo que se ha logrado a través del derecho internacional. La ONU
llega tarde, poco, lento y mal. Este 2012 el secretario general de la ONU dijo
en referencia al conflicto: “ la gente del Congo puede estar orgullosa de los
cambios adquiridos en los últimos diez años, pero la situación es frágil,
existen muchos retos” .
Estas
declaraciones son un burdo intento de manipulación. Da la sensación que Ban Ki
Moon trasladase la responsabilidad de la resolución del conflicto a la población
civil. En el año 2009 la organización Global
Witness publicó su informe más ambicioso hasta el momento: Faced with a gun, what you can do?. En
él exige a todas las compañías telefónicas que publiquen sus cadenas de
suministros, y que además aseguren y determinen con exactitud, ya que los
laboratorios químicos permiten esta operación, el lugar de procedencia del
metal, no sólo el país sino también la mina y en qué condiciones se ha
producido la extracción.
Asimismo,
el informe requiere a las compañías de que telefonía demuestren con pruebas quién y a
dónde han ido a parar los beneficios de la venta del coltan , también exige a
los gobiernos que legislen acuerdos sobre procesos de compra de minerales no
sólo en el este del Congo, sino en todo el mundo y que sancionen a las empresas
que los incumplan, le demanda al Consejo de Seguridad de la ONU que tome
medidas coercitivas con los principales grupos en conflicto en el Congo en el
que incluye el embargo de armas (y llegado el caso también de minerales) del
ejército del Congo, Ruanda, Uganda y demás países implicados.
Global Witness asegura que es necesario que la Corte Penal Internacional persiga los
crímenes cometidos por las guerrillas así como por los actores económicos
interesados, amparándose en el Tratado de Roma. Finalmente, el informe concluye
con la publicación de las multinacionales que compran Coltan de las minas del
Norte y el Sur de Kivu (Zona de minas en conflicto en el Este del Congo). Estas
empresas son las que tratan los metales y los procesan hasta convertirlos en metales
útiles para la industria electrónica, es decir, se sitúan en el punto intermedio
entre los vendedores de coltan y las empresas de telefonía, informática etc. De
la lista destaca el predomino de Bélgica en cuanto a volumen de importación y
número de empresas que participan en el proceso: Cabot Corporation, Kemet
Electronics, Speciality Metals Company, Vishay Sprague, Afrimex, Cogecom,
Sogem, Trademet, etc
Pero
el informe de Global Witness fue
publicado en 2009 y desde entonces ya han pasado cuatro años en los que ninguna
de sus propuestas para parar el derramamiento de sangre en la zona ha sido
puesta en práctica por ningún organismo internacional. Las compañías de
teléfono prometen estar haciendo avances en su conocimiento de la procedencia
del coltan (Nokia) y en la transparencia de su cadena de suministros pero aún
así se niegan a hacerlas públicas porque en realidad, tampoco hay ninguna ley
que las obligue a hacerlo ni ninguna instancia judicial que vaya a perseguirlas.
Las grandes sumas económicas movidas por las nuevas tecnologías y necesitadas
de una gran demanda de coltan son un grupo de presión que obstaculiza la toma
de medidas ante el temor de que éstas supongan perdidas económicas para un
sector altamente competitivo. Algunas voces críticas como el Comité de
Solidaridad con África Negra aseguran que la ONU está esperando el fracaso del
diálogo entre las guerrillas militares para establecer un protectorado en el
Congo que custodiaría directamente la extracción de los recursos minerales, En
la otra cara del mundo, mientras
gobiernos, organismos públicos y compañías hacen unos avances invisibles, los
niños que trabajan en la mina de Bisie ven pasar los años desde el fondo de un
túnel donde el metal que refulge encallado en la roca es precisamente el que
más oscurece la salida.
Más
información:
http://www.youtube.com/watch?v=rsO3zkeIoMw
(blood in the mobile película en youtube)
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