domingo, 29 de diciembre de 2013

Bellezas minúsculas.







"A esta pregunta mis amigos respondían siempre lo mismo: los coños. Yo en su lugar respondía, el olor de las casas de los viejos. La pregunta era: ¿ qué es lo que más te gusta en la vida? Estaba destinado a la sensibilidad. Estaba destinado a convertirme en escritor"



La última película de Paolo Sorrentino está narrada de tal forma, que resulta difícil de asimilar en un sólo visionado, como los grandes maestros del Renacimiento, Sorrentino ha elaborado más que una película un fresco, un mural contemporáneo donde cabe la reflexión más elaborada, el comentario jocoso, y el detalle mínimo que pasa desapercibido, donde está condensada la última pincelada del artista. 

Es difícil de asimilar pero no por ello debe ser ignorada, ya que nos encontramos ante una de esas películas que llenan los ojos, las tripas y la mente del espectador, que cumple quizás la función más difícil a la que aspira el arte, mostrar las cosas como si jamás hubiesen sido vistas, alumbrar sobre ese ángulo oscuro de la realidad que permanece oculto en la mente llana  de la mayoría de los mortales . Sorrentino hace gala de un control casi obsesivo de la imagen y constituye una obra formalmente perfecta, que eleva el título de la película a una cuestión casi casi descriptiva, si no fuera porque como sabemos, también tiene implicaciones en el contenido de la misma. Sorrentino retrata las luces y las sombras de Roma, sus cicatrices, orgullos, personajes y carencias como no había sido retratada desde los tiempos de Fellini, pero sin ser un mero evocador de Fellini. 




Quien haya visto La Dolce Vita o Fellini 8 y 1/2 encontrará muchas concordancias entre La gran belleza   y la última etapa del autor, en efecto, tampoco creo que estén allí por casualidad: el cinismo del personaje, la vacuidad del ambiente festivo de Roma, los elementos circenses, las alusiones a la infancia, la niña como símbolo de la inocencia, las prostitutas, los burdeles etc. Pero además de todo eso, La gran belleza es una película que habla de otra cosa, no se trata de narrar la desesperación de un individuo por salir de su amargo vacío existencial, no es una crónica construida sobre la primera persona del singular, es una película que busca responder a la pregunta sobre la  relación entre el arte y la vida: ¿ Es posible una vida sin arte? ¿Merece esa vida ser vivida? ¿ Cómo se mezcla el arte en la vida? Arte y vida se funden en la vida del personaje principal de una manera apasionante y trágica, pues ni él mismo, ni el espectador, ni su amante que mira atónita desde el banquillo de la iglesia sabe si representa o es real la escena en la que rompe a llorar al llevar el féretro de un amigo que se ha suicidado. La máscara y el truco se cuelan en la vida del mismo modo que se utilizan en el arte, la vida es una experiencia estética, epidérmica, sensual, pero carente absolutamente de sentido para  el protagonista de la película, Jeb Gambardella. 




De esa nada sobre la que ni Flaubert ni Jeb, pueden escribir, surge otra cuestión, que es quizás el todo: si el vacío es esto, ¿qué es la belleza? (Spoiler a partir de aquí)

Aquí surge mi gran divergencia con el punto de vista que adopta la película. La razón fundamental por la que el director no había vuelto a escribir, tal y como se nos revela en un momento del final, es porque "Buscaba la gran belleza y no la había encontrado"...me gustaría conectar esta idea con otra que he leído recientemente en el libro  que ha escrito Enric Iborra y del que os hablaré más adelante: "El fet és que des de Madame Bovary, i com Madame Bovary, molta gent pateix perquè creu que la seua vida no està a l'altura d'una vida digna d'aquest nom, bé per culpa d'un mateix o de les circumstàcies, o per totes dues coses alhora (...)la literatura ens pot connectar més intensament amb la vida o fer-nos perdre el contacte amb ella."( Enric Iborra, Un son profund, 75) 

A partir de aquí Jeb Gambardella decide volver al momento de La Gran Belleza, a ese momento de inspiración casi metafísica en el que las cosas tenían un sentido por sí mismas, todo era posible, todo era salvable, incluso tenía sentido escribir. En la película ese momento tuvo lugar en algún lugar de sus orígenes (las raíces) y en un momento de la adolescencia. Sin embargo, no puedo más que negarme a aceptar que sólo estemos destinados a poder admirar los pocos momentos insólitos, de auténtica inspiración que la vida nos brinda y que se marcaron a hierro en nuestro recuerdo condenando por siempre lo cotidiano, lo común, lo conocido. En mi opinión la genialidad de la película, consiste en saber arrojar esa Gran Belleza sobre todo aquello que existe por muy decadente, desastrosos, decrépito, vacuo que aparezca en la pantalla , notar su pálpito, describir aquello que lo convierte en único, monstruoso admirable, dramático, espeluznante, humano, carnal, tangible y a la vez irrepetible. El error del protagonista es quedarse atrapado en las grandes pretensiones en lugar de penetrar en la realidad, buscar la gran belleza le obliga a ignorar y por tanto desaprovechar el tiempo de las bellezas minúsculas. Y ese tiempo, también pasa. 

1 comentario:

  1. Creo que la idea de "La gran belleza" y la del libro de Enric Iborra que dices estar leyendo están plenamente conectadas, vamos en mi opinión dicen prácticamente lo mismo: la vida de la que sabemos su meta sólo es soportable envuelta en el celofán de la belleza, de la gran belleza que incluye no sólo lo creado sino también y sobre todo lo sentido por el hombre.

    Excelente comentario

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